El sol comenzaba a ocultarse bajo el horizonte, y la oscuridad volvía a inundar la ciudad una noche más. Habían pasado exactamente 81 lunas desde que llegué aquí, dejando un rastro de sangre y destrucción allá por dónde pasaba. Inconscientemente, mis pasos me llevaron de nuevo hasta su ventana, pero esta vez no podía apreciar ningún detalle desde fuera. Con movimientos rápidos y mecánicos, ascendí a saltos hasta el poyete de la ventana, sentándome tranquilamente sobre él. Únicamente unas cartas llamaron mi atención entre los objetos de la habitación. Sin ningún reparo, me deslicé dentro, tomando aquellos escritos entre mis pálidas y frías manos. Sin necesidad de abrirlas, comencé a leer entre tinta palabras amargas, que iban alimentando mi odio hacia una persona enteramente desconocida. Con una simple orden de mi mente, unas llamas surgieron de mis manos, consumiendo las cartas y degradándolas a cenizas, aspirándolas y fundiéndose en mi interior haciendo crecer un potente resentimiento. Con una sonrisa, volví sobre mis pasos y regresé a la ventana, girándome por última vez para observar aquel frágil ser que yacía a unos pocos metros de mi, ajeno a mi primera visita nocturna.
viernes, 4 de febrero de 2011
jueves, 3 de febrero de 2011
·# 2
Recorrí mis colmillos con la lengua, notando su creciente filo que excitaba mis sentidos y nublaba mi conciencia. Mi garganta seca anhelaba sangre ardientemente, y mis dilatados ojos rojos seguían fijos en la silueta de la ventana. Incluso desde esa distancia podía percibir perfectamente sus rasgos – algo imposible para cualquier humano -. El verde de sus ojos, cabellos negros como la noche, y ligeramente escondido por ellos, su suave y fino cuello. Al fijar mi mirada en él, noté una punzada de dolor en la garganta, y un deseo incontenible de abastecer mi sed. A unos pasos de mi, apareció repentinamente una vieja pelota de trapo, distrayéndome de mis impulsos. Seguidamente, oí unas pisadas torpes y rápidas detrás de mí, y una aguda voz infantil que me pedía aquel juguete sin rastro alguno de miedo. Un dulce olor a sangre me inundaba a medida que aquella inocente criatura se acercaba a mí, curvando mis labios en una pícara sonrisa. Adelantándome a sus movimientos, me giré con habilidad y me abalancé violentamente sobre su joven y carnoso cuello, apagando sus desesperados chillidos a medida que mis colmillos sentían el sabor de la sangre...
miércoles, 2 de febrero de 2011
·# 1
El halo de la luna era lo único que iluminaba la noche, arrojando luz sobre las solitarias callejuelas por las que deambulaba sin rumbo. El viento soplaba en silencio y el cielo estaba libre de nubes y estrellas. Como tantas noches atrás, pasaba las horas observando la inexistente vida nocturna de la ciudad desde la oscuridad, hacía muchos siglos que el sueño no era un problema para mí. La intermitente luz de las farolas se fundía con el brillo de la luna iluminando cada trazo de este ser ajeno a este mundo, intentando en vano proyectar una sombra de su silueta tras sus pasos. Los murciélagos retomaban fuerzas para su vuelo al pasar cerca de mí, y ninguna otra existencia pasajera se atrevía a acercarse. Una ráfaga de viento me sorprendió procedente de mis espaldas, y violentamente arrancó las cortinas que cubrían la intimidad de una ventana situada a unos metros de mí. Y mi sangre se heló. Y volví a sentir algo dentro de mí tras tantos años insensible a todo. Y mis ojos adquirieron un color rojizo al fijar mi mirada en él.
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