El sol comenzaba a ocultarse bajo el horizonte, y la oscuridad volvía a inundar la ciudad una noche más. Habían pasado exactamente 81 lunas desde que llegué aquí, dejando un rastro de sangre y destrucción allá por dónde pasaba. Inconscientemente, mis pasos me llevaron de nuevo hasta su ventana, pero esta vez no podía apreciar ningún detalle desde fuera. Con movimientos rápidos y mecánicos, ascendí a saltos hasta el poyete de la ventana, sentándome tranquilamente sobre él. Únicamente unas cartas llamaron mi atención entre los objetos de la habitación. Sin ningún reparo, me deslicé dentro, tomando aquellos escritos entre mis pálidas y frías manos. Sin necesidad de abrirlas, comencé a leer entre tinta palabras amargas, que iban alimentando mi odio hacia una persona enteramente desconocida. Con una simple orden de mi mente, unas llamas surgieron de mis manos, consumiendo las cartas y degradándolas a cenizas, aspirándolas y fundiéndose en mi interior haciendo crecer un potente resentimiento. Con una sonrisa, volví sobre mis pasos y regresé a la ventana, girándome por última vez para observar aquel frágil ser que yacía a unos pocos metros de mi, ajeno a mi primera visita nocturna.
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