miércoles, 2 de febrero de 2011

·# 1

El halo de la luna era lo único que iluminaba la noche, arrojando luz sobre las solitarias callejuelas por las que deambulaba sin rumbo. El viento soplaba en silencio y el cielo estaba libre de nubes y estrellas. Como tantas noches atrás, pasaba las horas observando la inexistente vida nocturna de la ciudad desde la oscuridad, hacía muchos siglos que el sueño no era un problema para mí. La intermitente luz de las farolas se fundía con el brillo de la luna iluminando cada trazo de este ser ajeno a este mundo, intentando en vano proyectar una sombra de su silueta tras sus pasos. Los murciélagos retomaban fuerzas para su vuelo al pasar cerca de mí, y ninguna otra existencia pasajera se atrevía a acercarse. Una ráfaga de viento me sorprendió procedente de mis espaldas, y violentamente arrancó las cortinas que cubrían la intimidad de una ventana situada a unos metros de mí. Y mi sangre se heló. Y volví a sentir algo dentro de mí tras tantos años insensible a todo. Y mis ojos adquirieron un color rojizo al fijar mi mirada en él.

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