martes, 8 de marzo de 2011
·# 4
Las tempestuosas nubes cubrían el cielo de la noche, eclipsando totalmente el brillo de la luna. Mis sentidos se encontraban dormidos, creando un enredado caos en mi interior. Los rayos relampagueaban al compás de mis encendidos ojos mientras vagaba por la ciudad absorbiendo la energía de la tormenta. La gente se refugiaba en sus casas y dejaba vacías las calles de cualquier presencia humana. Los animales permanecían en sus cuevas al resguardo de la lluvia. La brisa me trajo un olor a miedo mezclado con una pizca de sal, proveniente con seguridad del puerto. Divertida por la esperanza de sangre, me dirigí rápidamente hasta allí, situándome a una distancia prudente de mi presa. Una joven se debatía desesperada contra las olas enfurecidas que amenazaban con arrastrarla mar adentro. Con una sonrisa, comencé a acercarme sin prisa, pero de repente una imagen me paró en seco. Él. Sin dudarlo, se lanzó al mar nadando para socorrerla. El cielo brilló y un rayo cayó a pocos metros, enfureciendo más las olas y hundiéndolos por momentos. Con la expresión inalterable, fijé mi mirada en el cielo, y con un resplandor de mis ojos, los rayos cesaron. Las olas más calmadas condujeron a la asustada pareja hasta la orilla, poniéndoles a salvo, y acompañada por el sonido del último trueno de la tormenta, desaparecí entre las sombras.
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